Hoy, ayer ya, ha empezado mi aventura en Dublín.
Como cada día ha sonado el despertador a las 08:15 h, y he remoloneado casi hasta las 08:35. Pero hoy no podía aplazar lo que quedaba, terminar la maleta, hacer un tetris con ropa y enseres de aseo, porque no había espacio para más. Al final, mucho ha quedado fuera.
Primera parada, Málaga - El Palo.
La emoción ha podido más que el hambre y he corrido hacia el agua, me he quitado las botas y he dejado que el mediterráneo y la arena me acaricien los pies. Ha sido una sensación estupenda.
La comida, como siempre, muy buena, la sorpresa... el tamaño de algún plato.
Y seguimos el camino.
Ya en el aeropuerto, vuelve la tensión maletas que conlleva viajar con cierta compañía de bajo coste, haz y rehaz maleta, hasta que cabe entre cuatro tubos de hierro.
Ya en el avión, he tenido suerte, el asiento de enmedio, vacío; el mío, ventanilla y las vistas... no eran al ala. El agotamiento físico y mental de la jornada han conseguido que me quede dormida, pero lo mejor estaba por llegar, en el aterrizaje.
Como siempre que vuelo, me acompaña esa sensación de inquietud, de a ver cómo va y demás, pero siempre mirando por la ventana. Eso acompañado al miedillo del cambio de circunstancias, del nuevo idioma, la nueva gente y demás.
El descenso estupendo, pero... parece que hay nubes, vaya. Aún así sigo mirando, de repente, el avión gira y: "GUAU", ha sido mi expresión y la del niño del asiento de delante. Se ha despejado y era como si un mar de estrellas se abriese ante mí. Dublín iluminado me ha emocionado, me ha dejado una sensación de emoción y paz que no era lo que me esperaba. (Cómo siento no haber podido captar una instantánea, de la imagen, o de la sensación).
Mañana seguiremos la aventura... A ver cómo saldrá.
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