sábado, 16 de febrero de 2013

Cachurrilandia-Dublín Día 1

Hoy escribo, no con papel y lápiz, como me hubiese encantado, sino con una nueva aventura, que seguro que consigue que me dedique a volver a escribir en papel y en postal, que es como más me gusta, como más emociona.

Hoy, ayer ya, ha empezado mi aventura en Dublín.

Como cada día ha sonado el despertador a las 08:15 h, y he remoloneado casi hasta las 08:35. Pero hoy no podía aplazar lo que quedaba, terminar la maleta, hacer un tetris con ropa y enseres de aseo, porque no había espacio para más. Al final, mucho ha quedado fuera.

Primera parada, Málaga - El Palo.
He viajado con media familia en la maleta, como podría decirse, mi abuela, mis padres, mi hermano, mi tío y mi primillo. Por supuesto, todo paseo hasta Málaga, merece un espeto de sardinas y qué mejor que seguir tradiciones: directos al Tintero. 

La emoción ha podido más que el hambre y he corrido hacia el agua, me he quitado las botas y he dejado que el mediterráneo y la arena me acaricien los pies. Ha sido una sensación estupenda.

La comida, como siempre, muy buena, la sorpresa... el tamaño de algún plato. 

Y seguimos el camino.

Ya en el aeropuerto, vuelve la tensión maletas que conlleva viajar con cierta compañía de bajo coste, haz y rehaz maleta, hasta que cabe entre cuatro tubos de hierro. 

La emoción final, la despedida. Nunca me había planteado si me gustaban o no, pero desde hoy es que no. Cuando mi "peque" se ha puesto a llorar, me ha dejado el cuerpo cortado. Las conversaciones pendientes, las visitas que no he podido hacer y las personas de las que no me he podido despedir (tampoco es que vaya a estar fuera eternamente, pero cuando cambias de país por un tiempo, aunque sea unos meses, la sensación es de un cambio drástico), en fin, que no he embarcado con el mejor estado de ánimo.

Ya en el avión, he tenido suerte, el asiento de enmedio, vacío; el mío, ventanilla y las vistas... no eran al ala. El agotamiento físico y mental de la jornada han conseguido que me quede dormida, pero lo mejor estaba por llegar, en el aterrizaje.

Como siempre que vuelo, me acompaña esa sensación de inquietud, de a ver cómo va y demás, pero siempre mirando por la ventana. Eso acompañado al miedillo del cambio de circunstancias, del nuevo idioma, la nueva gente y demás. 

El descenso estupendo, pero... parece que hay nubes, vaya. Aún así sigo mirando, de repente, el avión gira y: "GUAU", ha sido mi expresión y la del niño del asiento de delante. Se ha despejado y era como si un mar de estrellas se abriese ante mí. Dublín iluminado me ha emocionado, me ha dejado una sensación de emoción y paz que no era lo que me esperaba. (Cómo siento no haber podido captar una instantánea, de la imagen, o de la sensación).


Mañana seguiremos la aventura... A ver cómo saldrá.

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